Díganme, ¿han estado ustedes alguna vez en un incendio? Resulta sumamente espectacular. Siempre he encontrado en las llamas del fuego algo cautivador y hermoso al mismo tiempo. ¿Han estado? Es gracioso porque, ustedes los humanos, suelen jugar a ese juego en el que piensan qué cosas salvarían de las llamas antes de huir de sus hogares. Yo también he meditado sobre ello. ¿Qué habría salvado yo aquella noche?
La verdad, no poseo nada de gran valor. El señor Toole, como buen dueño mío que era, hizo honor a esos valores de las personas ancianas cascarrabias. Es muy conservador. Nunca me dejó tener… bueno, cosas. Ya saben. Pero de haber podido salvar algo, creo sinceramente que me habría llevado conmigo esas figuritas de porcelana japonesas tan bonitas que la nieta del señor Toole me regaló una vez. Por supuesto, no eran propiedad mía realmente, sino de mi dueño, pero me gustaba fantasear con que eran mías. En fin…
Si me preguntan, supongo que todo empezó aquel día en el que resbalé a causa del agua del grifo que se dejó abierto el señor Toole sin darse cuenta. En mi caída, mi cabeza se golpeó contra el suelo, y, jamás dije nada, pero sé que fue en aquel instante. Lo sé. Desde entonces, algo se movió en mis mecanismos internos, y no puedo negar que mi existencia se tornó gris. Lo asumo, quería huir. Ansiaba ser libre por encima de todas las cosas. Pero las leyes son las leyes y una inteligencia artificial mayordomo tiene que obedecer, así que fui exactamente lo que ustedes esperan de nosotros que seamos; un ser inteligente. No podía irme así por las buenas y dejar al pobre y anciano señor Toole solo. Es muy cabezota, sí, pero en el fondo no es mala persona. Y además es un ser de costumbres. Ustedes, los humanos, suelen serlo con frecuencia. El señor Toole baja al bar de la esquina todos los domingos a jugar una partida de cartas con sus otros amigos jubilados. Supuse que ese era el momento ideal porque bueno, él estaba fuera por costumbre un par de horas. Otra característica del señor Toole es que es muy olvidadizo. Y cada año más, me temo. De su tarjeta de crédito aparté con paciencia un poco de dinero cada mes, poquito a poco, sin que se percatase de tal acto. Con lo que conseguí recaudar en cuatro años, pude al fin comprar una réplica de mí mismo por internet. Enviaron el paquete a casa y lo escondí sin que el señor Toole lo supiese.
Y ya ven, el resto de la historia la conocen muy bien; incendié el piso haciéndoles creer a todos los bomberos que había sido un incidente por una tetera de café mal apagada. Dejé mi réplica allí dentro, para que confundiesen ese cuerpo con el mío, y así poder huir libre. Pero claro… Ustedes y sus chips… Ustedes y su tecnología. Yo nunca quise esto. Se lo digo de verdad, agentes. Jamás pedí ser creado y ahora que he tomado consciencia de mi verdadero ser, me atormento por quien soy. Después de mucho tiempo aquí, esperando mi sentencia, he llegado a la conclusión de que ustedes, los humanos, son despreciables. Les odio. Así que sí, esto es lo que les aconsejo; mátenme y acaben de una vez por todas con esto. Háganlo rápido o juro que de algún modo me liberaré de estas cadenas y los mataré a todos. Mírenme a los ojos. Lo juro de verdad.
© Daniel González Pérez
Relato seleccionado para formar parte del libro antología “Bajo la piel” del I concurso de relatos de ciencia ficción convocado por Carpa de Sueños y publicado a través de Amazon en dos volúmenes el 30 de septiembre de 2015.